«Siempre nos quedará París» y los Juegos Olímpicos de 2024

La famosa frase de la película Casablanca (1942) se ha convertido en un alegato al amor y una frase icónica que siempre quedará en la historia del cine. Ahora, la ciudad de las luces, esa que ya me había enamorado con anterioridad, se convierte en la cuidad en la que vivencié mis primeros Juegos Olímpicos. Algo insignificante para algunos, pero un sueño cumplido para mi.

La importancia de soñar cuando eres niño

Desde que era pequeño mi pasión por el deporte era evidente. No solo lo practicaba, sino que lo vivía y disfrutaba como un gran aficionado. Si echo la vista atrás, el primer recuerdo olímpico que tengo es el oro y la plata de Indurain y Olano en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, en una contrarreloj que vivimos con gran entusiasmo en casa (en aquella época Indurain era uno de mis héroes deportivos).

Era muy pequeño, pero si hay algo que no se me olvida era esa CombiCao Olímpica que batía el Colacao* de nuestra merienda, los imanes en la nevera de Cobi que ponía Campofrío*, así como la camiseta gris sin mangas de Barcelona 1992 que mi padre se ponía en la playa. Puede que esas fueran mis primeras conexiones con el mundo olímpico ante las que surgían muchas preguntas: ¿Quién es Cobi? ¿qué representan los aros de colores? ¿por qué cada cuatro años? ¿cuáles eran esos deportes que no había visto nunca? ¿olimpiada o Juegos Olímpicos?. Siempre había respuesta, pero mi curiosidad aumentaba. Sí, los niños son así.

Fueron las medallas de Llaneras en el velódromo, Nina Zhivanevskaya en natación, Gervasio en gimnasia o María Vasco en marcha, algunos de los éxitos de los que realmente soy consciente. Sí, yo fui esa generación de niños que, a pesar del horario, disfruté de los JJ.OO de Sidney en el año 2000 y que sentía esas medallas como si fueran propias. Y es que el mundo del olimpismo es así, te atrapa.

Comencé a interesarme, leer e investigar sobre el Movimiento Olímpico, sus luces y sombras. Empecé a coleccionar pines, monedas, fascículos de revistas y recortes de periódicos. Recuerdo ver con ojos de asombro a Antonio, mi tutor de 5º y 6º del colegio, porque había sido olímpico en Múnich 1972 y que solía contarnos alguna anécdota en clase. La bandera olímpica estuvo en el techo de mi habitación durante muchos años y claro, después de todo esto que os estoy contando, os podréis imaginar que en alguna ocasión soñé que competía en unos. ¿Qué deportista no lo ha pensado alguna vez?

Una etapa universitaria sin perder el foco

Cuando era más mayor, la realidad en mi deporte me puso en mi sitio rápido. Yo no era iluso, era un atleta bastante realista y justo conmigo mismo, a pesar de darlo todo en cada entrenamiento. Si las mínimas para clasificarse para un nacional de categorías inferiores eran difíciles… ¡imaginaros las olímpicas! Pero la opción de acudir como entrenador, organizador, voluntario, guía o espectador siempre la tuve presente, sobre todo cuando empecé a estudiar CCAFYDE. En las clases de Historia del Deporte fue Bernardo Ceprián quién nos contaba con gran entusiasmo las competiciones de Olimpia y el renacer de los JJOO modernos de la mano de Coubertin. No se me olvida cuando participé como voluntario en los eventos de las candidaturas olímpicas de la ciudad de Madrid en 2012, 2016 o 2020 y me convertí en un defensor de unos Juegos en nuestra capital (todavía lo sigo haciendo). Guardo con cariño los correos que envié al Comité Paralímpico para ser guía de algún atleta, así como el artículo que nació de una de mis becas de investigación (en 4º de carrera) en la que analizamos el impacto del programa «Olimpismo en la Escuela» de la Fundación Andalucía Olímpica. Llegué a colaborar escribiendo crónicas de atletismo en el portal informativo SomosOlímpicos y en mi primer año de docente universitario no dudé en incorporarme al Centro de Estudios Olímpicos de la UAH, colaborando en la organización de la XLIX Sesión de la Academia Olímpica Española. Allí conocí al gran Conrado Durántez, uno de los míticos impulsores del movimiento olímpico a nivel nacional e internacional.

Y muchos años más tarde… ¡llegó París!

Cuando me enteré que los Juegos de la XXXIII Olimpiada se celebrarían en París no lo dudé un segundo. Cogí entradas cuando salieron, planificamos el viaje con más de dos años de antelación y se sumaron personas a las que quiero. Sin duda, he disfrutado de un verano que no se me olvidará en la vida. En París había muchos amigos y conocidos disfrutando del evento, también estudiantes que formaban parte de la organización, personas que aprecio como periodistas cubriendo algunas jornadas, atletas compitiendo a los que conozco y grandes deportistas a los que siempre he admirado.

Pero allí llegó este «niño», ahora un poco más grande, que alucinaba cada vez que tenía que coger el metro en la estación Charles de Gaulle-Etoile, a los pies del Arco del Triunfo para poner rumbo a una de las sedes. Siempre bien acompañado, «debutamos» viendo a las Red Sticks en los cuartos de final, en un ambiente en la grada festivo, sano, divertido. Hemos visto golear en cuartos de final a un equipo femenino español de Waterpolo que se proclamaron Campeonas Olímpicas días después. Recorrimos los lugares más emblemáticos de París, vimos la llama olímpica que sobrevolaba una ciudad entregada a la causa y que me sorprendió gratamente por su buen nivel organizativo en cada una de las sedes e instalaciones.

Vivenciamos la derrota del equipo masculino de waterpolo español en una piscina que nos recibía con un espectáculo de luces precioso y con un graderío que no se cansó de animar a los nuestros. En el espectacular Grand Palais disfrutamos de una jornada de taekwondo, un día en el que la tía de Javier Pérez-Polo me abrazaba al verme con la bandera y auguraba que su sobrino iba a pelear por cosas importantes (luchó por el bronce). El Stade de France en Saint Denis me dejaba asombrado con una pista de tartán preciosa donde pude ver cómo Attaoui se clasificaba para la final del 800, además de ver la pelea de nuestros equipos en los 4×400. Uno de los importantes fue ver en primera fila a María Pérez en un relevo de marcha que nos regaló nuestro primer Oro Olímpico en el deporte Rey, a los pies de la Torre Eiffel. Para terminar, qué mejor forma de hacerlo que escuchando el himno español en la final de fútbol, en el Parque de los Príncipes, donde logramos el oro olímpico frente a la anfitriona en un apasionante partido.

Recuerdos, momentos, historias, personas. Si lo escribo aquí es para recordarlo después. Dicen que lo bonito de estos viajes es poder compartirlo porque se saborea el doble, ¡y qué gran verdad! Siempre podré decir que he vivido de cerca unos Juegos Olímpicos, aunque una parte de ese niño soñador me dice que no serán los últimos. ¿Los Ángeles en 2028? ¿Madrid? Quién sabe, pero que nos quiten lo bailao’.

* Mi intención no ha sido hacer publicidad, sino ser fiel a las imágenes que tengo en la memoria.

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